El Ayuno es una penitencia cuaresmal que la Iglesia nos enseña para fortalecer nuestro espíritu y dominar nuestra voluntad con la gracia de Dios. Es un acto piadoso, un momento espiritual que nos ayuda a desprendernos de algo deseado y necesario, para vivir en la austeridad y fijar la atención en el Señor que, humilde y bondadoso, se acerca para mirarnos con ojos de misericordia, perdonarnos y llamarnos a seguirlo. Así podemos testimoniar su vida y su enseñanza.
No practiquemos un bello acto de piedad por normas o mandatos. Que estamos obligados unos y otros no por cuestión de edad, eso, en mi opinión, no tiene importancia. Tampoco para «ganar» un premio, en este caso el cielo. La eternidad es una gracia que nos dona el Señor aún sin merecerlo. El camino hacia allá es la vida entregada en el amor hasta el sacrificio. El Ayuno es un gesto amoroso, libre y sincero, ofrecido a Dios que nos ama y da todo por nosotros.
Este acto espiritual sólo lo puede hacer una persona humana que está inspirada por el Espíritu Santo que habita en el bautizado, que lo dinamiza desde el interior de la vida y lo impulsa hacer el bien.
Sólo el ser humano es capaz de convertir una necesidad natural, como el comer, en un acto sublime. Hacerlo no para saciar el hambre, sino para compartir el éxito de un amigo o un familiar. O dejar de comer como una ofrenda divina.
Por eso, el Ayuno es mejor cuando es movido por la caridad. Una vez una niña visitó a la Madre Teresa de Calcuta para entregarle una botella llena de azúcar. Cuenta la Santa de Calcuta que la niña le expresó que era el azúcar que durante un tiempo dejó de consumir porque se había dado cuenta que sus pobres no tenían azúcar. La Madre Teresa concluyó diciendo que esa niña la enseñó amar. Su ayuno de azúcar es un acto de caridad que conmueve a Dios.
El Ayuno nos hace capaces de privarnos de un deseo, un placer o una necesidad, y convertirlo en una ofrenda de amor. Porque así es la vida de Jesús, una ofrenda de amor para salvarnos. El Ayuno no es, pues, una norma obligada en Cuaresma, es un acto espiritual que nos acerca a Jesús que entrega su vida en la Cruz.
Pbro, José Andrés Bravo H.