El presidente francés, Emmanuel Macron, designó este lunes a su ministra de Trabajo, Élisabeth Borne (París, 61 años), como primera ministra tras la dimisión de Jean Castex (Vic-Fezensac, 56 años), titular del cargo desde 2020. Borne, experimentada tecnócrata identificada con la corriente socialdemócrata del macronismo, es la segunda mujer al frente del Gobierno en la historia de Francia, y la primera en 30 años tras el breve mandato, de menos de un año, de la socialista Édith Cresson.
El centrista Macron envía un mensaje de cambio y otro de continuidad. El cambio: después de gobernar con primeros ministros de centroderecha, esta vez se inclina al centroizquierda. Y la continuidad: Borne es miembro desde el principio del núcleo duro del macronismo. Su nombramiento difícilmente señala un viraje en el estilo ni en las políticas.
Borne es de los pocos ministros que se ha mantenido en el Gobierno durante todo el primer mandato de Macron, reelegido el 24 de abril. Además del Ministerio de Trabajo, dirigió durante este quinquenio los de Transportes y Ecología. Formada en la prestigiosa Escuela Politécnica, trabajó en distintos rangos de la Administración y en ministerios junto a pesos pesados del Partido Socialista, como el ex primer ministro Lionel Jospin, y la candidata en 2007 a las presidenciales, Ségolène Royal.
“Soy una mujer de izquierdas, y la justicia social y la igualdad de oportunidades son el corazón de mis combates”, declaró Borne en febrero a la cadena BFM-TV. La nueva primera ministra está adscrita al pequeño partido Territorios de Progreso, que incluye a varios ministros socialdemócratas.
Los anteriores primeros ministros de Macron, Castex y Édouard Philippe, procedían de Los Republicanos, el partido histórico de la derecha. Borne viene de la órbita del Partido Socialista, actualmente bajo mínimos e integrado en una alianza para las legislativas del 12 y el 19 de junio bajo el liderazgo de Jean-Luc Mélenchon, líder de la izquierda anticapitalista y euroescéptica.
El presidente buscaba a una primera ministra con sensibilidad ecológica y social. El conocimiento de los engranajes del Estado era otra exigencia. Y la lealtad: no quiere que le hagan sombra. Su carencia: nunca ha ostentado un cargo electo.
Castex aplazó durante semanas su marcha para permitir al presidente encontrar a la persona que tendrá una doble misión. Primero, encabezar la campaña para una nueva mayoría en las legislativas. Y segundo, en caso de que esta candidatura sea mayoritaria tras estas elecciones, encabezar el Gobierno en los próximos años.
“El señor Jean Castex ha presentado hoy la dimisión del Gobierno al presidente de la República, que la ha aceptado”, anunció en un comunicado el palacio del Elíseo, que añade que el dirigente saliente “asegura, junto a los miembros del Ejecutivo, la gestión de los asuntos corrientes hasta la nominación de un nuevo Gobierno”.
La dimisión por voluntad propia de Castex, un alto funcionario eficaz y sin tentación alguna de hacer sombra a Macron, abrió la milimetrada coreografía de la sucesión en el palacete de Matignon, sede de la jefatura del Gobierno. Tras presentar en persona esta tarde la dimisión a Macron en el palacio del Elíseo, sede de la presidencia, se anunció la sucesora. Después, el traspaso de poderes. Y en los próximos días, el nombramiento del nuevo Ejecutivo. La primera ministra puede buscar un voto de confianza en la Asamblea Nacional, pero no es necesario.
En el sistema de la V República francesa, el primer ministro tiene un papel ambiguo. Según la Constitución de 1958, “dirige la acción del Gobierno”, es “responsable de la defensa nacional” y “garantiza la ejecución de las leyes”. También comparte con el Parlamento la iniciativa de las leyes. El presidente de la República, por su parte, es “el garante de la independencia nacional, de la integridad del territorio y del respeto de los tratados”.
Al contrario que el presidente, el primer ministro no es elegido por sufragio universal: su único elector es el propio presidente. De ahí que su legitimidad sea menor. Y su margen de maniobra, más reducido que el de un primer ministro al estilo británico, un canciller alemán o un presidente del Gobierno español. En Francia, cada vez más el primer ministro es el encargado de poner en práctica la visión del jefe del Estado.
Hay una excepción: cuando en la Asamblea Nacional hay una mayoría de un color político distinto al del presidente y este se ve obligado a nombrar como primer ministro al líder de la oposición. Entonces el primer ministro, respaldado por su mayoría parlamentaria, tiene toda la autonomía en la política interna y al presidente le queda la política exterior. Es la llamada “cohabitación”. La última vez que hubo una cohabitación fue entre 1997 y 2002 con el presidente conservador Jacques Chirac y el primer ministro socialista Lionel Jospin.
Castex, como primer ministro, aplicó las iniciativas de Macron. No ha sido un dirigente con línea autónoma, sino un gestor. Con una larga trayectoria en la alta Administración y en gobiernos conservadores, combinaba un conocimiento profundo de los engranajes del Estado con un arraigo en la Francia rural como alcalde, entre 2008 y 2020, del municipio de Prada, al pie de los Pirineos catalanes. El ex primer ministro habla catalán y español.
En Matignon, tuvo que gestionar los confinamientos por la pandemia y la campaña de vacunación, además de los planes de recuperación económica y las ayudas para paliar la inflación. Deja Francia con una tasa de desempleo del 7,4%, el nivel más bajo en 15 años, pero una inflación del 5,5% y un crecimiento del 0,25% en el segundo trimestre. En 2021, la deuda pública se elevaba al 112,9% del PIB, y el déficit presupuestario, al 6,5%.
Una ventaja del primer ministro saliente era su nula ambición política, en contraste con Philippe, su antecesor durante la primera mitad del primer quinquenio de Macron. A diferencia de otros, al afeitarse cada mañana, Castex no veía en el espejo a un futuro presidente. Formado en la elitista Escuela Nacional de Administración, se veía más bien como un servidor del Estado. Ya había dejado claro que no deseaba continuar.
Una paradoja de estos años ha sido que el jefe del Gobierno ya no cumple su tradicional función de escudo o pararrayos para proteger el jefe del Estado. Ni Castex ni Philippe lograron evitar que las críticas y el descontento popular se dirigiese a Macron y no a ellos.
En julio de 2020, después de su nombramiento, Castex declaró: “Y nuestra primera ambición, inmensa, será reconciliar estas Francés tan diferentes”. Los resultados de las presidenciales de abril demuestran que el objetivo no se ha cumplido. La victoria de Macron fue clara, pero más de la mitad de los franceses optaron por opciones de ruptura con el sistema en la primera vuelta y en la segunda, 13 millones de franceses votaron a la extrema derecha.
En diciembre, durante una entrevista con el medio El País en Matignon, Castex explicó: “La cohesión nacional es un trabajo de largo aliento. Siempre intento, junto al presidente Macron, unir, federar las poblaciones, los territorios, y especialmente los que están en dificultad. Y condenó con firmeza a quienes llaman a la exclusión y al odio del otro. Francia no es eso”.